El infierno que viví aquella madrugada del 17 al 18 de agosto.

Manifestación laica. Llego a la plaza de Tirso de Molina algo más tarde que la hora de la convocatoria. Hace un calor de cojones, pero el ambiente es festivo. Tanta gente, carteles, pancartas, banderas... estoy sola y voy buscando los rincones que más me apetecen. No paro de sacar fotos, grabar vídeos, no quiero que se me olvide nada de lo que estoy viviendo, y como no me lo puedo tatuar en la piel y de mi memoria ya no me fío, lo dejo clavadito en mi móvil. Avanzamos por Jacinto Benavente, Carretas... en la puerta del Lefties, un chico y una chica ataviados con la mochila del JMJ, nos muestran el crucifijo que llevan colgando del cuello como si fuéramos vampiros. Me río de la anécdota, les saco una foto, protestan, la tuiteo.

Al llegar a Sol la plaza está abarrotada, y de pronto un grupo de policías se colocan su disfraz de antidisturbios y tratan de redirigir la manifestación inútilmente, porque como no se explican, pues nadie entiende qué cojones están haciendo. Se mezclan JMJs y manifestantes. Se intercambian insultos por todos lados, provocaciones. Va pasando el tiempo... el caso es que, no sé qué hora es, pero creo que ya casi de noche. Leo en twitter que ha habido una carga en la plaza, y como estoy en ella, me acerco. No lo puedo evitar. Me siento fuerte, eufórica, y como que no me parece nada muy real. Me encuentro con unos conocidos. Nos echamos unas risas. A unos metros hay gente muy nerviosa gritando "no corráis, no corráis", pero nadie lo hace, así que seguimos charlando. Veo a una chica con un cartel muy gracioso colgado del pecho, y le pregunto si le importa que le haga una foto. Se coloca para que se la haga, y es encontes cuando, dentrás de ella, veo que unos 20 maderos se nos echan encima porra en mano, la cojo de la muñeca y me la llevo corriendo Carretas para arriba. Caos. Tensión. Muchísima gente corre y otros piden calma. Hay más conatos de carga policial, más carreras, pero la percepción es que somos muchos, que nos cuidamos, nos vigilamos, y todos tenemos claro que estamos juntos y que el enemigo es sólo uno, así que me siento como volando, como si nada de aquello nos pudiera tocar. Estoy muy nerviosa pero me creo fuerte. Más que fuerte, con una sensación de rabia tan grande, que me importa muy poco lo que me pueda pasar, irresponsablemente, supongo. La situación me parece tan desbordada, la actuación policial tan salvaje y tan injusta, que soy incapaz de plantearme otra opción más que la de quedarme. Quiero vivir esto y es lo único que tengo claro. Sólo me preocupa una cosa, bastante absurda, y es que me estoy quedando sin batería. Pero supongo que mi movil es mi única compañía.


El caso es que la cosa sigue igual, mucha tensión, y como vivo muy cerca, llega un momento que decido irme a casa porque estoy agotada y veo que la situación no va a cambiar. Entonces me pongo a caminar y leo en Twitter que vuelven a cargar. Deshago mis pasos, y al pasar por la calle Correos, creo que es, sin venir a cuento y sin esperármelo, se me acercan 5 antidisturbios y me piden la identificación. Trato de escaparme, me gritan, hay más gente a mi alrededor en la misma situación, tuiteo no sé ni cómo. Me insultan, mientras saco la cartera lentamente porque me tiemblan las manos, sólo puedo escuchar cómo un policía le da la orden a otro de que me esposen. En lugar de la cartera cojo el móvil y tuiteo "Me retienen". Incluyo hashtag y todo ante mi propio asombro: "#17A". Es lo único que se me ocurre hacer como llamada de auxilio. Y a partir de aquí comienza el circo. 


Me empujan, me esposan, me tiran del traje y me lo rompen. Se me ve el sujetador y uno de los maderos no para de mirarme. Me agarran del cogote y me dirigen a una lechera. Me cachean, me quitan el bolso, buscan dentro mi cartera el DNI, mientras me doy cuenta de que viene más gente conmigo. Me meten en la lechera. Dentro somos cuatro, creo, de pronto a uno le sueltan y sale corriendo. Caos, gritos, sonido de la radio, wealkies, ellos reciben órdenes y contraórdenes, y pienso que no sé si están más nerviosos ellos o nosotros. Los otros chavales les increpan y las contestaciones son tan de borrego que cada vez me da más miedo todo. No siento miedo, sino pánico. Hace un calor de cojones y huele que apesta dentro de la furgoneta. Me tiemblan las manos, las rodillas, siento naúseas, y por un momento creo que me va a dar un ataque de ansiedad. Los gritos de los chicos y de los maderos me agobian, respiro hondo, miro por la ventanilla. Veo el edificio de la DGS y no puedo evitar acordarme de que hace dos días mi hermano mayor me contaba cuando le detuvieron de pequeño en plena transición, le encerraron ahí dentro y le aplicaron la ley anti-terrorista. Eso me da fuerza, como si de pronto me sintiera acompañada, o comprendida, yo qué sé. Pero de pronto encienden el motor de la lechera, y nos ponemos en marcha. No nos dicen dónde nos llevan y yo ya me veo en el calabozo. Por un lazo pienso que es mejor, porque allí habrá más gente y no podrán matarnos estos borregos. La sensación es que estamos en manos de una gentuza que no piensa, que no razona, que no sabe qué hacer con nosotros, y que son capaces de cualquier cosa. No he sentido tal indefensión, tanto miedo y tanta impotencia en mi vida. Veo que llegamos al paseo del Prado. Estoy a punto de vomitar, gritos, walkies, radio, calor, se me va a salir el corazón por la boca. 

Y de repente, paran a la altura del Caixa Forum, abren la puerta y nos dicen que salgamos a toda hostia. Los demás salen corriendo. Yo estoy sin fuerzas. Me siento en la acera. Para un taxista, sale del coche, se me acerca, y se sienta silencioso a mi lado unos minutos. Espera a que me tranquilice, y me ofrece llevarme a casa. "Gratis, amiga, por supuesto. Tranquila". Tiene la voz bonita. Yo no consigo articular palabra. Hasta que me doy cuenta de que mi bolso está tirado a mi lado, mi móvil aún tiene algo de batería, le doy mi dirección, y de camino para a comprarme agua. Cuando me pasa la botella rompo a llorar y no paro. Y no puedo parar de llorar. Tuiteo porque sé que me están buscando, y cuando llegamos a Arenal, lleno de gente del JMJ celebrando y cantando como si vivieran en un mundo superior al mío, corro a mi portal. El taxista me acompaña, nos despedimos, llego a casa, y me pongo a vomitar. 


Y desde entonces me siento como si tuviera veneno en el cuerpo. Por eso no me atrevía a escribir todo esto, y por eso he decidido hacerlo.